Los jóvenes y la educación en valores.

04.12.2013 16:58

A menudo se vierten opiniones desde diferentes instancias relacionadas con los jóvenes y su conducta aparentemente contraria a las pautas que socialmente se aceptan como mayoritarias como deseables. Sin embargo, aunque a simple vista pudiera parecer lo contrario, no está tan claro que los jóvenes encarnen valores muy diferentes a los que dominan en la sociedad en la que viven. Cabe preguntarse, por tanto, en primer lugar, cuáles son los valores que predominan en la sociedad actual.

En este sentido, autores que se han convertido en «clásicos» de la sociología juvenil (Orizo, 1991; Elzo, 1990; Gervilla, 2000; etc.) convienen en que la sociedad española actual podría caracterizarse por valores como el hedonismo, el individualismo, el relativismo, el culto al cuerpo, la sensibilidad ecológica, el eclecticismo axiológico, la ausencia de compromisos sociales, el presentismo, el consumismo, la incredulidad y desconfianza hacia los poderes públicos, etc.

Así las cosas, lo cierto es que los jóvenes son un fiel reflejo de la sociedad en la que han nacido y crecido. Puede decirse que no hay diferencias acusadas entre la juventud y el resto de grupos de edad presentes en nuestras sociedades contemporáneas actuales. Entonces, si los jóvenes son tan parecidos a la sociedad que les ha visto nacer, si son tan parecidos a los adultos que critican su comportamiento, ¿por qué se les atribuye la tan repetida falta de valores?, ¿por qué se habla de crisis de valores cuando se hace referencia a las características de la cultura juvenil?, ¿por qué, entonces, se produce el conflicto generacional o la confrontación entre jóvenes y adultos, entre los hijos y sus padres? Posiblemente existan muchas explicaciones a este fenómeno.

Desde nuestro punto de vista resulta muy plausible la que se defiende en el informe de la investigación que desarrolló la EPASA (Escuela Pública de Animación Sociocultural de Andalucía) en 1993 y que exponemos a continuación. Generalmente y de forma reiterada, se considera que la juventud mantiene, por sistema, una postura de oposición (más o menos «violenta», según los casos, los contextos, las pautas culturales, etc.) con respecto a la generación o generaciones precedentes. Esa confrontación se produce fundamentalmente en los entornos en los que se mueve el joven cotidianamente: la familia, sobre todo, o el centro formativo. Sin embargo, ese conflicto cotidiano, según los autores del informe de referencia, no es más que el reflejo del que se produce a nivel general entre el mundo juvenil y el mundo adulto y que se encuentra relacionado con las características de la sociedad postindustrial, instaurada desde hace varias décadas.

El mundo adulto ha vivido esa transición entre los dos tipos de sociedades, de la sociedad industrial a la sociedad de consumo, por lo que sus modelos ideológicos continúan ligados a la primera mientras que sus conductas se han adaptado a los requerimientos de la sociedad de consumo.

Por su parte, los actualmente jóvenes han nacido y crecido plenamente instalados en la sociedad de consumo, por lo que tanto sus conductas como sus valores son coincidentes y están ligados a este último tipo de sistema social. El conflicto se produce cuando los adultos tratan de «medir» los valores postindustriales de los jóvenes con sus parámetros ideológicos ligados a la sociedad industrial.

Así, «comparan las actitudes y conductas de los jóvenes con sus caducos modelos ideales, y las discrepancias producen alarma» (EPASA, 1993: 46). Una argumentación similar, e igualmente válida en nuestra opinión, es la propuesta más recientemente por el IESA (Instituto de Estudios Sociales de Andalucía) en el informe de la investigación que ha realizado recientemente. En él se expone que los jóvenes dan prioridad a los valores materiales, propios de la sociedad de consumo, en lugar de a los valores tradicionales, defendidos por la sociedad adulta.

Sin embargo, cabría preguntarse si esta adhesión a los valores materiales es algo específico de la juventud o si simplemente se trata de «una adhesión entusiasta a los valores socialmente vigentes» (IESA, 2003: 165).

Según estos analistas, el hecho de que la juventud aprecie tanto los valores materiales no significa que carezca de un sistema de valores, sino que le resulta difícil identificarse con los sistemas tradicionales porque su forma de ver la vida tiene un importante componente pragmático y personalizado. Quizás los sistemas de valores juveniles pueden pecar de ser eclécticos, poco consistentes y no siempre coherentes, pero como ventaja cabe destacar su flexibilidad y su capacidad de adaptarse a situaciones concretas.

En suma, sólo queda incidir una vez más en que los jóvenes, en líneas generales (y siendo conscientes de los riesgos que supone tal generalización), únicamente son un reflejo de los valores que, explícitamente o no, predominan en el entorno social en el que viven. Únicamente cambia con respecto a la sociedad adulta la forma de expresar lo que piensan, sienten y prefieren.

 

 

Estamos viviendo en un momento de la historia complicado. En el mundo se producen grandes transformaciones y lógicamente la familia no es ajena a lo que sucede alrededor. La familia sigue siendo el espacio donde se dicen las cosas más importantes para orientarse en la vida. De ahí la importancia de la educación en la familia.

El objetivo central de la educación, en nuestra sociedad, abierta y competitiva como nunca, lo resumirá pensando desde la familia, en estos términos: actuar para que los hijos sean psicológicamente equilibrados social y culturalmente insertados, éticamente responsables, con capacidad de construir su futuro, dueños de sus vidas, actores y no meros espectadores, agentes activos y constructores de su destino, autónomos y que sepan avanzar hacia un mundo más armonioso y justo del que les estamos dejando. Esto exige priorizar unos valores a transmitir a los hijos para hacerlos aptos y felices en el mundo de hoy, lo que a su vez supone reflexionar sobre los modos de actuar de los padres en las familias de hoy.

Es difícil resumir cuáles deben ser los valores fundamentales que debemos transmitir en la educación de hoy. Los valores son cambiantes en nuestra sociedad pero debemos primar algunos que nos permitan ofrecer a los jóvenes ese equilibrio.

Según Javier Elzo, algunos de esos valores pueden ser, la competencia personal (que sean autónomos, que sepan abrirse camino en la vida,etc), la racionalidad en la toma de decisiones (salirse de las meras opiniones y pasar a la confrontación en base a la realidad social), el valor del dinero (hacer llegar cuanto vale ganarse el dinero), la tolerancia familiar (diferenciándola de la permisividad familiar, con tolerancia se refiere al respeto mutuo y con permisividad al dejar hacer), frente a ésto podríamos trabajar en lo que Elzo califica como intolerancia necesaria o autoridad responsable, que nos hace tener una actitud crítica ante lo que vemos no debemos tolerar y hacer cumplir unas normas necesarias para la educación de nuestros jóvenes. Por otra parte, Elzo valora la educación en valores instrumentales y no en valores finalistas, es decir dejar los buenos deseos y pasar al comportamiento comprometido, educando así en las posibles e inevitables frustraciones de las que es protagonista el ser humano a lo largo de su vida. Además asume la utopía por una sociedad mejor como el valor que nos hace partícipe de nuestra vida y la de los demás, no podemos educar en la sumisión y el conformismo.

Lo que se plantea aquí es sacar la clave para guiarnos en la educación de nuestros jóvenes.